Vivimos en una época crucial de la Civilización Occidental que, a pesar de estar cimentada sobre las bases de los valores judeocristianos, está sufriendo un ataque ideológico sin par que apunta a destruirla. Los ideólogos detrás de dicha arquitectura ideológica ciertamente lo dirán con un término que suena a “intelectual”, pero que no es menos pernicioso: “deconstruir”. De esa manera se busca eliminar todo concepto natural que haga referencia a la familia, el valor de la vida, el ser varón y mujer, que implica la masculinidad y feminidad, el amor, el verdadero significado de la sexualidad humana y sus componentes unitivo y procreativo, etc.
Dice el dicho: “el viento los desparrama y el diablo los amontona”. Sin caer en una actitud conspiranoica, es evidente que la situación actual ha significado “la tormenta perfecta” para que distintas fuerzas se unan en un propósito común y con un poder destructivo similar. Esta tormenta perfecta está logrando que, por medio de un proceso de censura riguroso, se imponga quién permanece en cada lugar y quien deba ser “cancelado”. El criterio guía es una ideología que podríamos llamar “identitaria”, manifestada en sus distintos aspectos progresistas: identidad de género, igualitarismo, feminismo, familias “diversas”, anticoncepción, aborto, multiculturalismo, memoria, progreso, consenso, pluralismo, derechos humanos, pueblos originarios, relativismo, transhumanismo, gobierno mundial, empatía, tolerancia, etc. La configuración política y económica que se sigue a partir de esta verdadera revolución cultural, que podríamos llamar “revolución identitaria”, da lugar al establecimiento de un nuevo ordenamiento sentado sobre las bases de los principios del progresismo. Es por eso que podemos hablar, desde el punto de vista de las relaciones internacionales y la geopolítica de un verdadero “Nuevo Orden Mundial”. Al respecto quiero notar varios aspectos.
En primer lugar, hay que apuntar que sin el apoyo tecnológico, mediático, político, legal y académico que reciben ideologías tales como la del género o el feminismo radical, estas no encontrarían la legitimización cultural para imponerse por sí mismas.
En segundo lugar, tenemos que identificar el “espíritu” del hombre contemporáneo, el cual es marcadamente individualista y sentimental, es decir, encuentra su significado y realización personal no en una comunidad externa, sino en su propia “realización”, lo que hoy en día se designa, por ejemplo, con la palabra “empoderamiento”. Este aspecto es clave para entender cómo la imposición ideológica cultural no cae en la nada, sino que, en cierta manera, hay un terreno fértil donde pueda fermentar.
En tercer lugar, tenemos que notar que en esta agenda progresista hay un elemento central y guía de todos los demás, y ese es la agenda de género. Pero, nuevamente, esta ideología nunca se podría imponer si no hubiese, como decíamos, un sustrato apto para la misma: el espíritu del hombre contemporáneo. Es por eso que el apoyo político y económico que dicha ideología recibe no bastaría por sí solo para lograr una revolución identitaria, sino que hace falta algo más y esto lo ofrece la mentalidad del hombre contemporáneo fruto de un cambio cultural de larga data.
En cuarto lugar, y esto está íntimamente relacionado con la producción de obras literarias que transmitan valores, hay que notar la mediación o “puente” que históricamente han realizado distintos personajes o corrientes literarias y del arte. Esto explica cómo las propuestas de un ideólogo se materializan finalmente en una sociedad por la mediación de agentes intermedios que “bajan” el lenguaje ideológico al común de la gente por distintos medios de comunicación. Este trabajo de mediación ideológica lo han realizado históricamente varias corrientes literarias, artísticas, cinematográficas, periodísticas y movimientos académicos fuertemente politizados y volcados al activismo, sumado, hoy en día, a la influencia peculiar de las redes sociales y la pornografía. Es importantísimo tener en cuenta este aspecto, porque el ciudadano promedio no leyó ni a Marx, ni a Simone de Beauvoir, ni a Butler y su teoría del género. Entonces ¿cómo puede ser que una persona común y corriente que nunca leyó a estos personajes termine pensando con las categorías propuestas por ellos?
La respuesta está en lo que llamo “mediación ideológica”: distintos actores históricos han cumplido la tarea de “traducir” una ideología en términos sencillos, atractivos y falaces para que así penetre inconscientemente en el modo de pensar de una sociedad. Esto se logra por la poesía, la literatura, la radio, la televisión, revistas de difusión, la prensa, el cine, las redes sociales, Netflix, la industria pornográfica, sociedades académicas politizadas, universidades dominadas por intereses del filantro-capitalismo, etc. Por eso la necesidad de comenzar a producir literatura propia y que en el espíritu de contra-revolución cultural comencemos a combatir la ideología reinante del momento.
Que este libro sea uno de tantos que por medio de una trama de ficción provoque al lector a cuestionarse la revolución cultural actual y hacer algo efectivo para frenar la embestida contra la vida y la familia.
Pablo Muñoz Iturrieta
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